sábado, 26 de abril de 2008

Narración

Exterior, noche.


En la playa de las T’s, Laura fumaba un joe bastante apestoso. Había faltado a su palabra, y una lágrima invisible cruzaba su cara. En su mente se formaba una idea, invitar a Aldo. Pero por lo que había leído en su tuenti, cabían dos posibilidades:

a) Aldo podía decir: "beeh a mi no me gusta fumarr"

b) Aldo podía aceptar, y su inexperiencia en el campo psicotrópico le habría llevado a tirarse a la mejor amiga de Laura, Ana, desviada de nacimiento.

Las dos opciones eran horribles, pero aún así lo hizo, ya que el THC hacía tiempo que le invadía, y las papeleras de amor sobre la arena no le dejaban pensar con claridad. Pero la respuesta fue del todo inesperada.

Un rotundo NO salió de su boca. La arena de los alrededores comenzó a girar y volar, como si algún helicóptero negativo sobrevolara el humilde cobijo de los jóvenes. Todo el mundo quedó en silencio, temiendo lo peor. Sin duda, Laura nunca se había enfrentado a nada parecido. Recordó cómo, cuando tenía 8 años, su madre le dijo que no podía ir a un cumpleaños en el TicTacToe porque se había cagado por toda la casa, y fue entonces cuando sus sentimientos empezaron a explotar.

Laura no se lo podía creer, era algo imposible. La respuesta no le complacía en absoluto, y su debilitada mente empezó a fragmentarse. Sus pupilas se dilataron, aún más, y también los orificios de su nariz. La luz del foco se reflejó cada vez más intensamente en su ojo, tanto que acabó derramándose por una mejilla, y formó un charco de angustia en la arena de las T’s. Su pulso se aceleró, en un absurdo esfuerzo biológico por restablecer su ánimo, pero se delató a sí mismo ruborizándole los cachetes.

El mar, juez de la Antigüedad, quien ya se había llevado a las especies menos eficaces y a los marineros más invertidos, empezó a enfurecerse y a arrojar maresía sobre su cara. A Laura le pareció que iba a devorarla, que se la iba a llevar al país de la Sirenita, pero que nadie hablaría su idioma y acabarían arrestándola por crimen de vagueza. Sus nervios se crisparon, y su cordura se fue de viaje. En un espectáculo desagradable y fatídico, empezó a arrastrarse por el suelo, restregando su ropa nueva por la arena, llenándola de colillas. Recordó una película que tenía en su casa, High School Musical, donde en una escena desenfocada y mal iluminada, unas chicas se reunían en un baño del instituto. Se metió los dedos en la garganta, jugueteando con la campanilla, pero el vómito no llegaba. Llegó a sentir los dientes en la muñeca, y los demás jóvenes empezaron a advertir lo ridículo y pretencioso de las acciones de Laura, Lauracciones. Consiguió arrojar sobre la mochila de uno de los observadores, y acto seguido empezó a recoger toda su bilis con las manos. Sus dedos se retorcían, y las uñas saltaban, acompañadas de sangre y trozos de una cutícula recientemente recortada en alguna manicura barata. Unos desesperados gritos guturales salían de su, por el entonces, apestosa garganta. El largo porqué se extendió por toda la playa, subiendo por los barrancos, e intimidando a los nudistas que se encontraban a pocos kilómetros.

Aunque todos se mantenían serios y curiosos, una sonrisita comenzó a asomar en el rostro de Néstor, quien ya pensaba en el título de la foto que le sacaría a la agonizante. Rápidamente, la sonrisa fue compartida, evolucionando en risa, y luego carcajada batiente. Laura intentó defender su honor, avergonzando a Aldo. “Rápido Aldo, el tubo de Lizipaina”. Pero sólo Aldo conocía esa broma. Se imaginó un hombre en moto, y fingió que no sabía de qué hablaba. La gente tomó esa frase como una amenaza, y Aldo, con decisión, tomó una gran roca y la arrojó sobre el cuerpo de la penosa.

Un grave “fat” resonó, que acabó con la vida, obra y tonterías de Laura. Sus pies se retorcieron unos segundos, mientras los líquidos más internos salían a la luz. Pero no todo iba en contra de Laura. El grisáceo color de esos fluidos sacó de la embriaguez a sus antiguos compañeros. Las risas cesaron, y miles de pupilas apuntaron hacia Aldo. Todo apuntaba a que no había sido lo más gracioso del día. El asesino notó como un puntito de culpa iba creciendo en su estómago, tomando las dimensiones de un balón en pocos segundos. Al abrir los ojos comprobó que la esfera no crecía, sino que el se estaba reduciendo. En cuanto llegó a los 10 centímetros de altura, pudo entender que su vida era una broma de mal gusto, y se metió debajo de la pesada roca. Un “fit” agudo y lastimoso sonó, y menos de un litro de sangre se filtró en la arena, sin que nadie se diera cuenta.

Luego los chicos se fueron y el porro se apagó con la brisa del mar.

3 comentarios:

Mr. Adam dijo...

pero... qué coño??? XD

Anónimo dijo...

Es lo único bueno de verdad que has escrito, pero no veo los agradecimientos a la dibujanta.
(Se merece que lo ponga en mi subnick para que lo lean. Además, es un cuento y la gente que me cuenta cuentos o que los cuenta en general me cae bien).

Néstor dijo...

Brutal. Texto y dibujos.